sábado, 30 de junio de 2007

Regreso al Cabo Blanco

Hace tiempo le escribí a mi amiga Laura un cuento, que quizás algún día me atreva a publicar aquí, si ella me lo permite. El relato trataba de un viejo que se dedicaba a construir lugares de paz, sitios a donde se puedan evadir las mente de las personas.
Todos tenemos un sitio así, o al menos, todo el mundo deberíamos tener como mínimo un sitio así, o incluso varios, porque es la única manera de superar algunas situaciones, sobre todo en casos de estrés, bien sea por el trabajo o bien por situaciones personales.
Yo tengo varios sitios a los que mi cabeza viaja en los malos momentos, cuando parece que la vida se te escapa por los costados, que es un tranvía a punto de arrollarte, que no tienes sitio en este loco mundo, o simplemente que la vida te parece demasiado injusta, demasiado dura. Uno de ellos es quizás el más especial, porque no solo puedo evadirme mentalmente, sino que puedo ir físicamente. Cuando cierro los ojos y dejo volar mi mente, puedo sentir el viento que viene de la mar y que golpea mi cara mientras estoy sentado en cuclillas en el Cabo Blanco, apenas a un par de kilómetros de mi casa en Valdepares, esa casa que ahora ha pasado a otras manos. Puedo sentir las minúsculas gotas de agua que refrescan mi piel, y que se levantan de las olas que baten contra las rocas, decenas de metros abajo. Huelo la hierba empapada por la mar y el rocío de la noche, mientras recuerdo que aquel fue el lugar elegido por mi padre para su descanso eterno, y donde vertimos sus cenizas años atrás. Hay que reconocer que eligió un hermoso lugar. Quizás es por eso que es especial ese lugar, tal vez, pueda, en cierta medida sentir ahí su cercanía, apoyarme en su consejo.
Sea como fuere, me gusta dejar perder la mirada sobre el horizonte de ese gris océano, poderoso y temible la mayoría de las veces y vaciar mi mente de malos pensamientos, sentir que el aire vuelve a llenar mis pulmones.
Salgo del Cabo, renovado, confiado, fuerte de nuevo a la hora de enfrentarme al mundo. Esos momentos de soledad, física o mental, me son absolutamente necesarios. No creáis que soy una persona huraña, al contrario, adoro la compañía de amigos, familia, pareja, compartir con ellos penas y alegrías, pero también necesito la soledad y el silencio, una comunión conmigo mismo que me ayuda día a día a seguir adelante.