domingo, 24 de junio de 2007

Sorbos de Libertad

Perdido en el corazón de la gran ciudad, fascinado por los miles de luminosos que rodean sus arterias principales, conduciendo por la Castellana mientras la agradable brisa de la noche madrileña se ensortija en mis rizos, y una rubia me adelanta a lomos de un Ferrari 360 Modena, me doy cuenta de lo feliz que me siento por salir de mi vieja Vetusta. Me encanta vivir en Oviedo, pasear por sus calles, hablar con sus gentes, contemplar el verde de los campos asturianos. Pero, cada vez más a menudo, me siento prisionero, oprimido, con la necesidad de extender las alas y volar, cada vez más lejos, cada vez a un sitio distinto. Sentirme anónimo, una sombra en la ciudad que nadie contempla, que nadie juzga.
Estos ojos que han visto amanecer en Polonia, este corazón que se enamoró de las costas Sardas, este cuerpo que se movió al son de mil canciones en Rumania, no puede contentarse con tener una vida limitada a unos cuantos kilómetros cuadrados, por muy bellos que estos sean.
Quizás la mejor decisión que tomé en mi vida fue irme de erasmus a Italia. Debo reconocer que, más un sueño realizado, fue una vulgar, cobarde huida, de un corazón desgarrado, de una situación familiar insostenible. Aquella mañana de septiembre, deje atrás la inocencia de la juventud, junto a las lágrimas que mi padre derramó a los pies del autobús que me llevaba al aeropuerto. Como si de un parto se tratase, nueve meses después, un maduro, fuerte y decidido César aterrizaba en el aeropuerto de barajas, con las ideas claras, el corazón recompuesto y el alma fortalecida. Desde entonces mi vida no es la misma que antes de irme. Antes apenas había mundo más allá del puerto de pajares, que, desgraciadamente, es el punto de vista de no pocos asturianos, pero a partir de aquel día, el mundo es inmensamente grande, excitante, maravilloso.
Quizás no pueda llegar a ver tantos y tantos lugares que deseo visitar, quizás no pueda llegar nunca a conocer a tanta gente como quisiera, tener amigos en cada país. A lo mejor, es más excitante el viaje en si que el llegar a conocer algo, posiblemente sean más importantes los compañeros de viaje, que la fin y al cabo son con quien vas a compartir cada aventura, cada pequeña anécdota, cada contratiempo que surja. Cada cerveza que nos tomemos tendrá el sabor de la libertad, de la búsqueda de nuevos horizontes, de un nuevo, distinto y fascinante amanecer.
Mi próxima cerveza de libertad, será en Reading, con antiguos compañeros de viaje, con amigos eternos, que hace miles de años que no veo.
Para la siguiente aventura, no tengo destino previsto, no tengo compañía. Se aceptan sugerencias. El límite está en el infinito