martes, 21 de agosto de 2007

El Sueño del Constructor

Este relato es una continuación del cuento "El constructor de sueños" que podéis encontrar más abajo. Espero que disfrutéis tanto leyendo como disfrute yo imaginándolo y escribiéndolo.

Como cada mañana, el anciano se despertó poco antes del amanecer. Se preparó una taza de su aromático té y como siempre se sentó en su vieja mecedora, situada en el porche de la pequeña cabaña, a contemplar la salida del sol.
A esa hora el musgo del claro del bosque conservaba aun el rocío de la mañana, y el aroma a hierba fresca inundaba todo el espacio.
El anciano amaba los amaneceres, porque era el momento del día en el que se dedicaba a recordar los sueños de la noche pasada. En realidad era fácil recordarlo, puesto que siempre eran los mismos. Cada noche soñaba con el amor de su juventud, esa muchacha que le robo el corazón desde el mismo instante en que la vio, aquella tarde de primavera, cuando la brisa marina jugaba con su falda y con su melena castaña, y sus ojos, de un castaño claro que se tornaba verde con el sol, iluminaban su rostro moreno, adornado con una sonrisa que llenaba todos los sentidos.
Vivieron su amor con pasión, con desenfreno, disfrutando de cada momento en el que estaban juntos, sin llegar siquiera a imaginar la tragedia que se les vendría encima. La mañana era gris como el acero cuando se llegaron hasta el puerto para embarcar en la frágil embarcación que él tenia para salir a pescar.
-No salgas hoy a faenar. El viento trae amenazas y el mar se enfurece por momentos- le rogó ella.
-Amor, te quiero más que a mis ojos, pero el amor no llena los estómagos. Si hoy no faeno, mañana no tendremos con qué comer. Yo también escucho las amenazas del viento y la mar, pero también sé que la mayoría de las veces, no son más que bravatas. Muchas veces he visto esto ya, y sé que hay que tener respeto a la furia de Poseidón, pero un hombre no puede vivir con miedo.
-Al menos déjame acompañarte hoy para que no esté carcomiéndome el alma hasta tu regreso.
- Sube amor, y disfruta de esta jornada conmigo.
El día fue fructífero en capturas, pero la tempestad fue arreciando hasta convertirse en una galerna, y mientras él recogía los arneses, ella se acodaba en cubierta. La fatídica ola llego sin previo aviso, y cubrió por completo la embarcación. Cuando la borda volvió a asomar por encima de las aguas, ella había desaparecido, devorada por la mar. Él se lanzo a la inmensidad del océano en un vano intento de salvarla, pero la corriente la había arrastrado hasta el fondo sin darle ninguna oportunidad.
Un grito desgarrador surco el cielo por encima del ulular del viento, y el corazón del muchacho se congelo, a la misma temperatura del gélido mar.
Al llegar al puerto, amarro el bote al pantalán, sabiendo que nunca más volvería. Encaminó sus pasos hacia el hogar que ambos compartían, tomo algo de ropa y las dos tazas de terracota donde ambos tomaban té al calor de la chimenea, hizo un atadillo con ello, con una última ojeada a la casa, comenzó a caminar sin rumbo, hasta que muchos días después, se adentro en el bosque...

Ese recuerdo atormentaba aun hoy al anciano, y ocasionalmente teñía su mirada de nostalgia dolor y alguna lagrima esporádica.
Un ruido en el bosque le saco de sus meditabundos pensamientos, dirigió la vista hacia el ruido y la observo. Envuelta en un vestido blanco de gasa, etérea y hermosa, como él recordaba, cuando la vio por primera vez en la linde del bosque. No sabia su nombre, porque ambos habían olvidados los suyos mucho tiempo atrás, sin embargo él, recordando un viejo libro que leyó en su juventud, la llamaba “la dama del alba”
Su melena negra como la pez, enmarcaba el ovalo de su rostro, de una piel marmórea, y sus enormes ojos grises. Sin embargo su belleza no inspiraba calor en el corazón del anciano.
-Hacia mucho tiempo que no te dejabas caer por aquí- le dijo él a modo de saludo.
- Los años han sido benévolos contigo, abuelo.
- No tanto como contigo, estas exactamente igual que cuando te conocí años atrás, cuando me vine a instalar aquí.
- Lo recuerdo, tú antecesor me era muy querido, pero como constructor de sueños, tú eres mucho mejor. Él era demasiado frío, tenía demasiado dolor en su corazón, en cambio tu, pones tu alma en cada sueño que construyes.
- Sentir dolor es necesario para construir los sueños, también yo tengo aun el corazón desgarrado- alego el anciano.
-Se que aun piensas en ella cada día, pero sin embargo tu has sabido ver la felicidad de hacer felices a otros haciendo realidad sus anhelos.
El anciano se incorporó y ambos caminaron juntos por el claro.
- En realidad, lo que me hacia feliz, es que en cada sueño que construido, ella estaba presente, quizás había violetas que eran sus flores favoritas, o la fragancia que desprendía su cabello, tal vez la luz que había el día que la conocí, o simplemente el calor que ella supo crear en nuestro hogar.
- Lo sé, he seguido de cerca todas tus construcciones. Has hecho un gran trabajo.
- ¿Entonces ha llegado el momento?- pregunto él mientras ambos se sentaban en una gran roca plana.
- ¿No crees que te has ganado el descanso?- replicó ella.
-Creo que no descansare nunca mientras siga teniendo esta sombra fría sobre mi- se sincero él- pero lo más importante, ¿ella esta preparada? No podemos permitir estar un tiempo sin constructor.
-Abuelo, hasta el final te preocupas por la gente, y eso es increíble. Pero no te preocupes, aunque no ha construido nunca ningún sueño, esta preparada.
- Entonces- dijo el anciano, mientras se tumbaba en la roca- llámala para que comience con su tarea.
- Esta a punto de llegar- replico ella.

Cuando Laura volvió a encontrar el claro del bosque, la dama del alba estaba sentada a los pies del anciano, que reposaba tendido sobre la roca. Se acerco a ambos y contempló la cara relajada del viejo, surcada de arrugas y sus blancas canas en sienes y barba.
-¿Esta…?- Laura no se atrevió a acabar la pregunta
-No, aun no- Contesto la dama- espera solo que empieces con tu tarea.
- Pues, será mejor empezar, necesita un descanso- dijo Laura apoyando sus manos sobre su pecho.

Podía sentir el calor de la arena en las plantas de sus pies mientras la brisa fresca del mar acariciaba su piel morena. Contempló sus manos callosas y jóvenes, grandes y fuertes del trabajo en el mar, y que ahora sujetaban un pañuelo e seda de color malva.
El aroma a sal y a algas se fue difuminando hasta que una fragancia muy familiar llego hasta él. Alzo la vista y vio a su amor, a su mujer, a su media mitad caminar por la blanca arena hacia él. Ríos de lágrimas silenciosas surcaron sus mejillas, y cuando ella llego a su lado, apenas pudo articular palabra.
- Hola amor mió.
-He esperado toda mi vida esta momento- respondió el con la voz tomada.
- Así será a partir de ahora, mi amor, no volveremos a separarnos. ¿Ese pañuelo es para mí?
-Si, lo he llevado siempre desde que te fuiste. Era tu favorito.
-Es maravilloso que te hayas acordado.
Se miraron a los ojos, y sobraban las palabras. Su amor era infinito y así sería siempre.
-Vamos a darnos un baño- dijo ella y salio corriendo en dirección a la orilla.
Él miró hacia los cielos y de sus labios se escaparon dos palabras:
-Gracias, Laura.
Y corriendo, se fue detrás de su amor.

Tumbado en la fría roca el anciano esbozo una sonrisa en su cara surcada de arrugas, y placidamente, su corazón dejo de latir, y durante unos instantes, el universo se detuvo.
Laura beso su frente y se retiro unos pasos. La dama blanca se acercó, extendió sus brazos y rezo una oración en una lengua desconocida y ya olvidada. Mientras, del suelo surgieron, alrededor de la roca, cientos de plantas trepadoras, que fueron envolviendo por completo con su manto la roca y el cuerpo. Cuando finalmente la dama bajo su brazos, un estallido de flores violetas cubrió todo inundándolo de aroma, y ya nunca se marchitaron.