jueves, 17 de julio de 2008

Lana

Le pusimos de nombre Lana, porque de cachorro, era igual que un ovillo. Era la ultima de la camada que había tenido la perra de mi hermano, y era la ultima por ser quizás, la mas pequeña. Llevaba ya en casa varias semanas y mis padres decidieron llevarla a una tienda de animales para que la vendieran.
A mi se me encogió el corazón cuando escuche la noticia y me negué en rotundo a meterla en una pecera de esas para que algún niño se encaprichara de ella por navidad y la abandonara en algún a gasolinera en verano. Con no pocos esfuerzos convencí a mi madre para quedárnosla, y mi madre, como no, aceptó de no muy buena gana. Pero asi son las madres, dispuestas a todo con tal de complacer a un hijo.
Lana fue una perra excelente, cariñosa y siempre dispuesta al juego. Era inteligente, muy inteligente y conseguimos que aprendiera a caminar sin correa, y podíamos cruzar todo Oviedo sin ningún tipo de percance.
Se acostumbró a dormir en mi cama, a la que se subía de un salto, y se ponía a los pies de la cama. Por las tardes, mientras yo me echaba la siesta que nunca perdono, saltaba al sofá y se echaba sobre mi panza, dándome calor mientras dormía.
Vivió catorce años, de los cuales los primeros fueron muy buenos. Al final de su vida ciega y sorda ya, era un desvalido animal que buscaba constantemente el contacto humano, ya fuese el mío o el de mi madre.
A pesar de sus minusvalías, siempre nos recibió entre ladridos, casi llantos de alegría cuando regresábamos a casa. Tan solo una vez, cuando tanto mi madre como yo tuvimos que irnos y dejar a Lana en un albergue para perros por un fin de semana, nos recibió con enfado, ninguna carantoña, ningún ladrido. Solo una mirada de enfado se dibujaba en su cara, y con un caminar digno, casi altivo, se dirigió al coche y nos esperó hasta que llegamos a abrírselo.
Era mi perra, y solo aquellos que han convivido con un perro, saben el cariño que se le puede llegar a coger. Pasa a ser algo más que una mascota, es un amigo, un miembro más de la familia. Cuando pasé momentos malos, recuerdo que Lana no se despegaba de mi, como si notase que necesitaba más que nunca de su cariño.
Hace algo más de un mes, tuvimos que sacrificarla, y reconozco que me sentí compungido, aunque me lo esperaba a la vista del rápido deterioro que sufrió el ultimo mes. Sin embargo, necesitaba hacerle un homenaje, por todo lo que significó para mi, por todo el cariño dado sin esperar nada a cambio, porque mi casa parece otra desde que no está y porque cada vez que me acuerdo de ella espero que ella, a su manera, también haya sido feliz.

Para Lana, porque yo también cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi
perro