sábado, 26 de mayo de 2007

Cuestión de principios

Hace unas semanas en vi en la obligación de enfrentarme a un dilema moral, pero para entender la situación, se necesita ciertos antecedentes.
Hoy por hoy, soy un estudiante de cocina cursando segundo curso del grado medio. Mi primer año fue magnifico, llegando a ser el mejor expediente y llegaron a recordarme los propios profesores que existían premios a los mejores expedientes.
Sin embargo este segundo curso no ha sido tan brillante como el anterior, quizás por combinarlo con el trabajo, quizás porque la edad tampoco perdona para esto o quizás porque se habían puesto demasiadas expectativas en mi, empezando por mis profesores, y acabando por mi mismo. Especialmente inquietante fue mi odio a primera vista con la repostería, verdadera tortura psicológica y física tres veces por semana. Cada uno tenemos una idea de lo que es el infierno, y durante muchos meses, el infierno fue para mi trabajar como repostero por toda la eternidad. Consecuencia directa de esta aversión fue, por supuesto suspender repostería. Y debo decir que no fue un suspenso por los pelos o injusto. No, fue un suspenso de proporciones bíblicas, con un examen practico catastrófico que hizo valer la máxima de la ley de Murphy: Si algo puede salir mal, saldrá mal, y toda situación es susceptible de empeorar”
No me dolió tanto el suspenso como decepcionar a una persona que me merece gran respeto tanto por su rectitud como por el empeño que emplea cada día en preparar las clases.
Sin embargo, y hete aquí el dilema moral, se me ofreció la posibilidad de obtener el título, a traves de una , cuando menos, oscura maniobra, consecuencia de la cual se pasaria por encima de la opinión del profesor, se negaría lo evidente y se tiraría por tierra una filosofía de trabajo, en el que solamente aprobarían los que se lo merecieran.
El caramelo, no lo vamos a negar, era muy goloso. Este hecho me hizo recordar algo que leí en una novela hace tiempo: un herrero de pueblo se esmeraba en la confección de una pieza, cuando uno niño, le pregunto porqué se esmeraba tanto en la elaboración de una pieza que se colocaba debajo de un carro y que nadie vería nunca. El herrero le explico que si bien nadie, efectivamente vería nunca esa pieza, él sabría, cada
vez que viera ese carro, que no había hecho bien su trabajo, y ese carro, lo pasaría cada día por delante de su herrería. De esa misma manera, cada vez que me plantara ante unos fogones, yo sabría que, en realidad, me habían regalado el título.
Así que decidí declinar la oferta, buscar una solución alternativa cara a cara con mi profesor de pastelería, tomar clases de recuperación y hacer un examen final en junio.
Como consecuencia de esto… estoy aprendiendo a amar la repostería, me levanto cada día con ganas de ir a clase y aprender más y mas. Y sobre todo, he sido fiel a mis principios, y la conciencia, esa amiga que nos acompañará toda la vida, la tengo tranquila